
Cualquiera puede creerse que es un emperador, un rey o un dictador. Pero este síndrome se refiere a los niños, criados para que se crean que el mundo es suyo y que pueden hacer todo lo que les apetezca en cualquier momento.
Darle a un niño todos los caprichos, probablemente lo convertirá en un tirano. Muchos de los padres que tienen hijos de este modelo, son padres que se sienten culpables por dedicarles poco tiempo a sus hijos. Este es uno de los factores que hace que este fenómeno vaya en aumento.
El síndrome del emperador describe un hecho que aumenta cada año y trata de definir una relación padres-hijos, en la cual los hijos abusan y tiranizan a los padres.
Hay varios factores que favorecen este fenómeno. Uno es, como decíamos antes, padres poco presentes y que se sienten culpables por el poco tiempo que le dedican a su hijo o hija. Para intentar minimizar el impacto de esta ausencia, cometen un grave error que es el de concederles a los niños todos sus caprichos. Cuando los padres intentan parar y poner límites, a veces es demasiado tarde, el niño o el adolescente se cree el centro del universo en el cual todo le está permitido.
Otro de los factores que influyen es el de ser hijo único, estos niños, si los padres no están muy atentos, es más fácil que crezcan sobreprotegidos y excesivamente consentidos. Además no tienen otros iguales con los que medirse. Pero si los progenitores son conscientes no tiene porque ocurrir.
Si los padres no tienen tiempo para educar a sus hijos y ponerles límites y creen que palían su ausencia con concesiones, a veces ilimitadas, esto, en vez de suavizar la relación les traerá muchos más problemas. Los niños deben saber que sus padres tienen la autoridad, no que son autoritarios. La educación democrática de los hijos es más difícil que la educación autoritaria y tiránica, pero las tornas no se pueden cambiar.
Los niños tienen que saber claramente que la autoridad la tienen sus padres y no ellos. La falta de límites, a la larga, genera inseguridad, dificultades para relacionarse con los demás y muchos déficits para gestionar las frustraciones de la vida cotidiana.
Para evitar esto hay que favorecer la empatía. No hay que dejar que los roles se inviertan, que el niño sea el que tenga la última palabra.
Un no, es un no. No se tolerará la violencia y nosotros tampoco la utilizaremos con el niño. Valoraremos los esfuerzos del niño y procuraremos mantener alta su autoestima, así será más fácil enseñarle la empatía, otra de las cualidades fundamentales para evitar el síndrome del emperador: ponerse en el lugar del otro. Los esfuerzos se premian, no se premia cualquier cosa. Y nunca olvidemos que somos el modelo de nuestros hijos.